Al situarse nuestro municipio junto al rio Múrtiga, uno de los más importantes de la comarca, podemos decir que toda su historia se ha escrito en torno a este bien, y es que por los alrededores de Galaroza podemos encontrar multitud de huertas que gracias a las acequias se riegan con las aguas que corren por este rio.
Por ello, en Galaroza se puede disfrutar de la hermosa visión de las aguas que corren también por sus calles a través de lievas, nombre que reciben las acequias en la zona, gracias en gran parte a la Fuente de Ntra. Sra. Del Carmen, más conocida como la Fuente de los Doce Caños. Este espectáculo, lo hemos heredado desde antaño cuando docenas de barrancos y arroyos surcaban las alfombras empedradas que componen el viario urbano de la localidad. Sus regaderas y manantiales invitan a la inmersión acuática, a mojarse de cualquier forma.
La quietud y la tranquilidad contemplativa, que refuerzan las magníficas condiciones del pueblo como lugar de descanso, daban paso a la algarabía de los más pequeños, deseosos de mojarse en las regaderas. Todos, incluso los mayores, sienten la atracción de esas aguas para, volviendo a la niñez de las sandalias de goma, sumergir los pies en ellas.
Aparte de la diversión, las aguas que abundan por las tierras del término municipal de Galaroza, actualmente sólo tienen un uso agrícola y ganadero, lo cual, teniendo en cuenta la vinculación esencial de nuestra comarca hacia estas dos actividades, no es poco. Sin embargo, antiguas iniciativas industriales fueron empujadas, literalmente, gracias al agua de Galaroza, como por ejemplo, los molinos de ribera y la producción de energía eléctrica.
Las aguas de sus arroyos y riberas llegaron a alimentar hasta 6 molinos harineros, según menciona Pascual Madoz en su famoso diccionario geográfico, y tampoco podemos olvidar que gracias a una desviación situada en la aldea de Las Chinas los ingenieros serranos de principios del siglo XX idearon un magnifico sistema para la producción de electricidad, dando con ello lugar a una empresa emblemática en la vida y la historia de la comarca como fue Santa Teresa de Electricidad.
Además, ha sido el agua que Galaroza ha regalado solidariamente, la que ha permitido, durante muchos años de sequía, el abastecimiento de agua para el consumo humano y el industrial en pueblos enteros como Jabugo, Valdelarco o La Nava, y sectores vitales para la Sierra como la industria del cerdo.
Pero en Galaroza, la importancia del agua no se cifra exclusivamente en estos aprovechamientos sino que forma elemento esencial de la identidad local. Del mismo modo que nuestros antepasados árabes otorgaran al agua lugar principal en sus palacios y en el conjunto de sus vidas, también los cachoneros perciben este líquido como parte de su idiosincrasia.
La ligazón del agua con la vida local está llena de ejemplos y de recuerdos. Todavía existen muchas casas por cuyas bodegas discurren lievas y acequias, rememorando aquellos turnos de riego para las productivas huertas de los ruedos cachoneros. Elemento muy asiduo de las conversaciones juveniles es acordarse de las historias y sucedidos vividos durante las tardes de baño en el sinfín de albercas que preñan los campos del pueblo. Aún se conservan fotografías de mujeres lavando su ropa entre el cristalino manantial que corría las calles abajo.
Está claro que el agua imprime carácter a estas gentes. El salón cultural de la localidad, escenario de una constante producción de calidad, se llama “Las Aguas”. Incluso con ocasión de la fundación de una nueva asociación cultural que se ha convertido en una de las más activas de la Sierra, se ha pensado en un término como “Lieva”, que sintetiza el esfuerzo humano por domesticar las aguas y la aportación del serrano a la antropología y la cultura popular.
Llendo aún más lejos, existe una entrañable leyenda que alude al presunto topónimo del pueblo en su fundación y en la que el agua está presente de forma palpable. Recogida por el gran escritor serrano José Andrés Vázquez en 1930, construye un maravilloso cuento en el que un príncipe llamado Ysmail, encontrándose de caza por el valle de Galaroza, habría vislumbrado entre los frescos y densos bosques de castaños, una preciosa doncella de la cual se enamoraría perdidamente; mas cuando volvió a buscarla, no halló de ella rastro alguno, quedando el propio príncipe perdido para siempre entre la frondosidad, la fragancia y las aguas del valle. El nombre que su padre otorgara a este lugar es Al-Aroza, que significaba Valle de la Novia. La interpretación metafórica de la leyenda, nos hace dudar sobre el objeto del deseo, apareciendo las aguas con un marcado matiz femenino que impregnará para siempre cada lugar de la zona que nos ocupa.
Pero no son sólo los cachoneros los que irradian este sentimiento. Todo aquel forastero que se aventure en el valle del Múrtiga percibirá el frescor y la humedad que engloban a este pueblo. Un verdor al que cantaron plumas tan inolvidables como Amador de los Ríos, Fernando Labrador, Fermín Requena o Jesús Arcensio, poeta cachonero considerado como uno de los mejores en la literatura onubense contemporánea.
Y son palabras de otros literatos, recogidas en un artículo por Pedro Cantero, las que nos sirven para trasladarnos a la fiesta que refleja el sentimiento de todo un pueblo, Los Jarritos. Según algunos escritos, el rumor del agua es claro entre las sombras de este valle, se deja evidenciar y resalta más que la oscuridad húmeda, aunque fresca y brillante, que circunda Galaroza. Es la fuerza del agua, es el Júbilo del Agua.
El júbilo de los cachoneros, el júbilo de la fiesta que todos esperan durante todo el año.
Una alegría que se desborda cada 6 de septiembre, en que se muestran todas las facetas de un habitante de Galaroza. Ese día se sale a la calle a disfrutar, a rendir homenaje al agua, a agradecer la fortuna de ser un pueblo de aguas, a convivir con todos los vecinos y a recibir a los visitantes con la hospitalidad y el cariño que sólo los cachoneros saben mostrar. Tales son las virtudes de estas gentes: agradecimiento, amistad, convivencia, ingenio, hospitalidad, alegría de vivir.
Junto a estos ingredientes fundamentales, hay otro que destaca por su singularidad, y es que Los Jarritos es la única fiesta erótica que se celebra al aire libre y con el concurso de todos sus participantes. Esto, dicho así, puede parecer fuerte, pero a cualquiera que haya vivido algún año esta fiesta, le parecerá habitual que la sensualidad lo inunde todo. La insinuación, las transparencias, los desnudos entreverados, apenas adivinados tras la húmeda y breve indumentaria, son estampas que se repinten año tras año desde hace décadas, y que consiguen una especial complicidad de muchachas y muchachos, magistralmente captada en un poema del querido y recordado Julio Beneyto, viejo profesor de tantas generaciones de cachoneros:
Deja que vista, madre,
los trapos viejos,
que hoy son los Jarritos
y habrá jaleo.
Me persigue un moreno
con ansias locas,
y, si salgo a la plaza,
ése me moja.
Y como el mozo es terco
hay que dejarle,
pues le gusta al muchacho
mojar mi talle.
Y si te digo, madre,
que yo lo quiero...,
dejaré que me moje
todo mi cuerpo.
Antonio F. Tristancho